La música del DJ y productor brasileño holandês no obedece ni conoce fronteras. Criado en el calor de las calles de Recife, una de las mayores ciudades de la región Noreste de Brasil, encontró en la música electrónica un medio para amplificar los sonidos que escuchó al crecer. El groove crudo del funk, la cadencia hip-hop, la pulsación percusiva del maracatu —todo se fusiona con los bajos quebrados del breakbeat, la velocidad del jungle y la distorsión del electro—. Esta colisión de universos define su trabajo y ahora gana un nuevo capítulo con el lanzamiento de su segundo álbum, NA MIRA.
Aquí, esa identidad sonora se manifiesta sin ningún tipo de freno. El disco es un recorte de la música de pista contemporánea, donde la cultura periférica brasileña dialoga con las raves europeas —ya que el álbum fue finalizado tras su primera gira por Europa, a finales de 2024—. Bajos distorsionados, drum breaks acelerados y texturas ásperas construyen un ambiente de alta octanaje, donde voces y líneas de bajo parecen competir por espacio con la misma intensidad de una fiesta al aire libre. Holandês conecta referencias globales sin perder el acento, transformando el caos urbano de Recife en combustible para la pista.
La consolidación de este sonido llegó junto con una trayectoria ascendente. A los 23 años, Holandês ya ha tenido temas tocados por Skrillex en Berghain, Valentina Luz en Boiler Room y RHR en Dekmantel, además de una gira europea donde llevó su sello sonoro a clubes como Razzmatazz, Musicbox y La Gravière.
Con NA MIRA, refuerza su posición como uno de los artistas más auténticos de la escena electrónica brasileña y prueba que su sonido no tiene dirección fija —pero siempre lleva la marca de donde vino—.