El enigma Claptone y su baile sin final

El enigma Claptone y su baile sin final

El DJ y productor alemán brindó un frenético show en el Metropolitano de Rosario. DJ Mag Latinoamérica estuvo allí para contártelo.

Artículos | Por DJ Mag Latinoamérica | 29 de enero de 2020

Texto: RODRIGO MENDEZ / Fotos: GIULIANA REYNA

 

Es un enigma lo que pasa entre el hombre de la máscara de larga nariz dorada y el público desenfrenado que baila en masa a sus pies como si el mundo no tuviera un mañana. Son las 5 de la madrugada y el amplio salón del Metropolitano de Rosario es una caldera llena de jóvenes y adultos que se mueven quebrando sus caderas de un lado a otro, cerrando los ojos entre risas, envueltos en un frenesí que lleva más de dos horas consumiendo la energía de miles de fanáticos. Nadie para de bailar. Hay algo que el DJ trasmite que va más allá de lo que sucede en una tradicional fiesta electrónica. Es un misterio. Como la verdadera identidad de Claptone, el alemán que, sobre el escenario rosarino, está haciendo delirar a una multitud detrás de una máscara, vestido de negro y con guantes blancos. Su nombre es una incógnita; lo que logra hacer con su público, también.

 

El estilo de la música que ejecuta es difícil de encasillar. Deep house es el género que le etiquetan los especialistas, aunque el anónimo productor pasea a la muchedumbre congregada en Rosario por el tech, el techno y algún que otro sub género que combina melodías pegadizas y ritmos imparables. La gente sacude sus cabezas engafadas al compás del groove y pocos hablan entre sí: es el baile del silencio y el disfrute. El que tiene algo de calor sale al patio a descansar y, los que hicieron cientos de kilómetros para llegar hasta la ciudad del Monumento a la Bandera, aprietan los dientes y siguen con el zigzag corporal. Nadie sabe quién es Claptone pero su fiesta tiene un código universal. Bailar poseídos hasta el amanecer.

 

Claptone

 

Queda claro que la gente de Lado B, la productora organizadora del evento, piensa en la gente más allá de las fronteras del mercado y sus derivaciones. En el gran pabellón del Metropolitano hay, además de lujosas lámparas colgantes en forma de arañas, puestos de hidratación con agua gratuita, estaciones de masajes al público y cómodos sillones en el fondo del salón para aquellos a los que sus piernas empiezan a recordarles que la danza de la máscara cansa y mucho. En el medio del pogo electrónico se ve pasar a un vendedor ambulante de agua con un panel de botellas del preciado líquido sobre sus hombros, como un cocacolero de cancha en busca de sedientos bailarines que sacan billetes arrugados de sus bolsillos para acceder a esos pequeños manantiales en medio del desierto. El servicio es original y gratificante: sin tener que atravesar el impenetrable y compacto ejército desplegado contra el escenario, muchos acceden a botellas de agua fría sin moverse de su lugar.

 

El misterio se hace más grande cuando Claptone pincha temas de origen cachenguero -como su propia interpretación del hit “Que Calor” de Major Lazer y J Balvin- y nadie del público se queja por lo border de la propuesta. Por el contrario, la efervescencia de la fiesta sube un peldaño más y la presión del lugar aumenta hasta su clímax. Minutos después, el hombre de la nariz grande y dorada se para sobre las bandejas y con una bandera argentina saluda al público despidiéndose, recordándole a todos que en segundos más deberán volver a sus vidas ordinarias. En ellas, no hay personajes incógnitos que, sin revelar su identidad, puedan hacer arder a miles de personas a la vez. Claptone es una estrella fugaz que nace y muere en cada show, como muestra de que la música no necesita de egos ni de nombres.

 

Claptone