John Digweed y dos presentaciones en Buenos Aires directas al corazón

John Digweed y dos presentaciones en Buenos Aires directas al corazón

Como esos genios que nunca se repiten, el británico mostró en su doblete del sábado pasado una nueva mutación musical. La vuelta de tuerca a su speech sonoro volvió a poner de manifiesto su condición indiscutible de fuera de serie. 

Artículos | Por Rodrigo Mendez | 21 de septiembre de 2022

La energía se sentía desde el ingreso. Miles de jóvenes entraban al predio de la costanera exultantes por ya saber lo que estaban a punto de experimentar. Digweed, una leyenda viva de la música electrónica, se despacharía con otra obra cumbre de su repertorio para hacerlos bailar y emocionarse, pasando por un caleidoscopio de estados mentales y sensaciones. Lo de siempre, pensaron. Pero no, con John la aventura siempre es distinta. Lo que es similar, es el resultado final: placer y regocijo.  

El lugar elegido fue el predio cerrado Mandarine Tent, a orillas del Río de la Plata. La gigantesca carpa blanca encapsuló durante siete horas fina música para volar, en primera instancia, del argentino Martín García, el preferido del dj inglés para montar calmadas introducciones a sus eventos en Buenos Aires. La amplitud del sitio permitió moverse con comodidad a la multitud y escuchar fuerte y claro los sonidos ejecutados.

Cumplidas las 7 pm, irrumpió en escena Digweed. Sus primeras dos horas pareció estar auto warmapeándose con futurista música ambiental, otro viejo truco del “colorado”. Como un antihéroe, su postura corporal durante todo el episodio fue concentración y puro trabajo. Ni gestos tribuneros, ni ademanes de agite. Convencido de que su obra habla por sí sola, siempre los gestos adustos de John parecen dejar en absurdo a la mayoría de los DJ que, imitando ser clubbers de la pista de baile, terminan exhibiendo las falencias de sus sets con tanta búsqueda física de aprobación. Acá no hay poses ni posturas. Solo una clase magistral inalcanzable.  

Tal vez la máxima destreza de Digweed radique en su capacidad de pasear al público por todos los subgéneros del rubro. En sus tres últimas horas de función de la tarde-noche, metió techno, progressive, extractos del mejor tech, dance y house. Todo enigmáticamente sincronizado en forma de trhiller. Los saltos de estilo eligió hacerlos de modo disruptivo, como bombas de alta potencia que sacudieron una y otra vez a la compacta muchedumbre. Algunos, aturdidos por el permanente zarandeo, parecieron confundidos esperando algo más clásico y fácil de entender. Ahora ya saben que para encontrar eso deben acudir a otro tipo de fiesta.  

A las 12 de la noche la gran carpa se desinfló como carruaje de caperucita, pero la atracción, lejos de terminar, se mudó a pocos metros: la reconocida disco The Bow. Allí John mostro aún más de cerca porque desde hace años lo llaman con unanimidad el rey del asunto. Hasta las siete de la mañana, Digweed hechizó en formato clubber a un reducido grupo de seguidores, implosionando nuevas detonaciones; finas, eclécticas, inolvidables. Un after de luxe para un puñado de privilegiados que se despacharon con otra dosis de inefables melodías. Esas que no se pueden explicar, se sienten en el alma.