En un panorama global donde muchas fórmulas se repiten y el techno corre el riesgo de volverse predecible, proyectos como Cancel irrumpen con una propuesta que no busca complacer, sino confrontar.
Autodenominado “manipulador de techno”, Cancel representa un giro completo hacia una estética sonora áspera, visceral y conceptual. Después de más de 15 años inmerso en la escena industrial hardcore, decidió recalibrar su visión artística y crear una nueva entidad: una que desdibujara las fronteras entre lo digital y lo analógico, lo estructurado y lo caótico.
Desde hace años, este artista viene puliendo un enfoque híbrido que combina síntesis modular, máquinas analógicas y recursos digitales para alcanzar un sonido que, más que escucharse, se encarna. La suya es una propuesta que desafía el statu quo desde las texturas, la intensidad y la confrontación emocional.
En el marco de su inminente gira por América Latina, conversamos con él sobre el arte del descontrol, la belleza en lo abrasivo y por qué cree que este continente tiene algo urgente que decir en el lenguaje del techno contemporáneo.
Tu música ya dejó una marca fuerte en la escena, y ahora estás por comenzar una gira por América Latina. ¿Qué esperás encontrar en este nuevo capítulo de tu recorrido?
Este tour marca un momento muy especial para mí, no solo como músico, sino como performer que busca conectar con una energía cultural nueva. Siempre me intrigó cómo se vive la música en América Latina: no se consume, se encarna. Hay una intensidad emocional y una entrega al sonido que va muy en línea con lo que busco generar en mis sets.
Lo que más me atrae es la imprevisibilidad. Estoy entrando a espacios donde el público quizás nunca escuchó algo parecido a lo que hago, y esa falta de familiaridad de ambos lados abre la puerta a algo crudo y auténtico. Cada noche se convierte en un circuito de retroalimentación emocional entre el público y yo.
Además, quiero ver cómo las influencias regionales están moldeando su manera de abordar esta música. Siento que en Latinoamérica no se está replicando la electrónica europea: se está reinventando. Y quiero ser parte de esa conversación.
Venís de una escena tan intensa como el industrial hardcore. ¿Cómo sigue impactando ese origen en lo que hacés hoy?
Ese legado es la base de todo. No fue solo una estética sonora, fue una forma de ver el arte y el sonido como resistencia, como declaración. Me enseñó a romper cosas, a distorsionar, a empujar los límites de lo aceptable. Aunque hoy trabajo en un territorio más híbrido, ese impulso sigue ahí.
Todavía me atraen las texturas ásperas, los ritmos rotos, la distorsión, pero ahora los uso con más intención. Hay más capas, más matices. Aprendí que en lo abrasivo también puede haber belleza. Y eso está presente en cada track y en cada performance.
Tus sets híbridos se describen como intensos, crudos y sin concesiones. ¿Cómo los construís? ¿Qué hay detrás de esa experiencia en vivo?
Lo pienso como diseñar un organismo que respira. No se trata solo de tocar temas, sino de construir una narrativa que pueda mutar en tiempo real. Todo arranca en el estudio, donde creo una librería propia de sonidos y loops: algunos vienen de sintetizadores analógicos, otros de sistemas modulares o incluso de errores técnicos.
Después, trazo un esqueleto, una curva de energía. No escribo cada detalle, pero sí sé en qué momentos quiero explotar o desarmar todo. Cuando estoy en el escenario, suelto ese mapa. El público se vuelve parte del instrumento, y yo reacciono tanto como ellos. Es un caos intencional. Un ritual en vivo.
Trabajás con una configuración híbrida: analógica, modular y digital. ¿Qué lugar ocupa la experimentación en tu proceso creativo?
La experimentación no es una parte del proceso. Es el proceso. Justamente, el sistema híbrido me permite abrir todo el espectro posible de sonidos. Lo analógico me da calidez y errores felices, el modular introduce caos controlado y lo digital me permite precisión y estructura.
No me siento con una idea cerrada. Empiezo armando cadenas raras de efectos, ruteando señales por lugares no convencionales. Muchas veces lo mejor surge de un error: feedbacks que se desbordan, glitches, ruidos que otros borrarían.
Y también experimento con géneros. Me gusta traer elementos del noise, del drone o incluso del ambient. No para suavizar, sino para generar contrastes que potencien la brutalidad. Ahí es donde pasan las cosas más interesantes.
Hoy el hard techno y el industrial están explotando en América Latina. ¿Sentís que tu sonido resuena diferente en regiones donde la escena todavía está en formación?
Totalmente. Hay algo muy poderoso en tocar en lugares donde la música electrónica todavía está en construcción. En América Latina el crecimiento es rápido y sin inhibiciones. No hay tanta presión por seguir fórmulas ni tradiciones, y eso habilita más libertad tanto para los artistas como para el público.
La reacción que veo acá es visceral. La gente no viene con expectativas prefabricadas, reacciona desde el cuerpo, desde el instinto. No es solo bailar: es absorber, experimentar, incluso cuestionar lo que está sonando.
Y también hay algo del contexto social y político. En lugares donde hay tensión, crisis o lucha, la gente conecta con un sonido que refleje esa realidad. El industrial techno deja de ser solo entretenimiento. Se convierte en espejo. Y ahí es donde mi música cobra un sentido más honesto.
¿Qué viene después de la gira? ¿Hay lanzamientos en camino?
Sí. Hay varias cosas en marcha, aunque todavía no puedo contar todo. Pero puedo adelantar algo que me emociona mucho: estoy por lanzar un EP de remixes de “Sleep Is the Cousin of Death”, un tema que fue un punto de quiebre en mi carrera.
Convocamos a productores que respeto mucho: Luciid, H! Dude, The Salade, I:Gor y ORYMA. Cada uno llevó la idea original a lugares totalmente distintos, y yo también sumé una versión VIP 2025.
No es solo un remix EP. Es una reafirmación de hacia dónde voy, de los estándares que manejo y de la comunidad sonora que quiero construir.
Sale pronto. Estén atentos.